En el año 2005 la ONU-Habitat recabó de las autoridades de todo
el mundo la definición de ciudad según cada país.
El resultado oscilaba entre las consideraciones basadas en
el tamaño (a partir de 1.000 ó 2.000 habitantes), las características
socioeconómicas (actividad predominantemente no agrícola) o, en algunos casos, los menos, la densidad de población (1.000 personas por milla cuadrada o
1500 por kilómetro cuadrado).
A ello se podrían añadir como características deseables la presencia
de una estructura urbana, la existencia de una regulación de la convivencia, la
disponibilidad de servicios y dotaciones mínimas, etc.
Pues todas estas condiciones las cumplen, en situaciones
límites, unas de momento no-ciudades, cuyo nombre políticamente correcto es
“asentamientos provisionales” o “campos de refugiados”.
No importa que “sólo” cuenten con una población de decenas
de miles de habitantes. Dabaad (Kenia) tiene casi 250.000 habitantes en tres
“campos”, algo menos tiene Dollo Ado (Etiopía), más de cien mil personas viven en
Jabalia (Gaza, Palestina), y así mucho, muchos más.
Tampoco parece importar que los haya que empezaron a
formarse por la huída de sus hogares ante invasiones o expulsados de sus países hace más de 40
años (Tinduf en Argelia, Ein el-Jilue en Líbano, etc.)
Es verdad que sus alojamientos son, en general, de una precariedad absoluta, que no
existe, generalmente, una actividad económica reglada, que sus dotaciones son escasas, cuando
no inexistentes, a pesar del esfuerzo y voluntarismo de agencias internacionales y
organizaciones no gubernamentales.
Forman parte de los llamados
“efectos secundarios” del reparto de los ámbitos de influencias políticas, militares
y especialmente económicas en el mundo y se aceptan como las válvulas de escape
de una situación explosiva en la que se cuece ¿el qué?, ¿por quién? y ¿para
quién?...
En el año 2016 el Museum of Modern Art (MoMA)de Nueva York presentó la exposición Insecurities:
Tracing Displacement and Shelter sobre la situación de los refugiados en el mundo actual desde
una perspectiva arquitectónica, dentro de una serie de exposiciones agrupadas
bajo el nombre de “Ciudadanos y Fronteras”.
En
la misma se exhibía el modelo de “refugio” diseñado
fruto de la colaboración entre la Fundación Ikea y la empresa sueca Better Shelter, que se definía frente a la
precariedad de lo utilizado hasta la fecha como “lo suficientemente estable para que su transitoriedad puede
prolongarse eternamente”.
Ante esta situación, que lo único que plantea es la continuidad de lo existente, parece mucho
más interesante reflexionar sobre propuestas como la desarrollada ese mismo año, 2016, por la arquitecta Marta
Fernández Cortés en su Proyecto Fin de Carrera en la Escuela Técnica Superior
de Arquitectura de Barcelona bajo el nombre “ Raíces en el exilio:
Asentamiento (a)temporal para refugiados de la guerra siria: Campo de Za´atari
(Jordania)”, en el que plantea la conversión del “campo de refugiados” en una “ciudad”.
(ver Raíces en el desierto. UPCommons).
Detalle del PFC "Raíces en el exilio: Asentamiento (a)temporal. Campo de Za´atari. Jordania" (arqta: Marta Fdez. Cortés) |
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