Si bien pudiera creerse que la vegetación fue algo ajeno e
inexistente en el origen de la ciudad, entendiéndose aquella como
exclusiva de la naturaleza, rápidamente
fue incorporada, literalmente “domesticada”, en los jardines de los palacios,
en los claustros y huertos de monasterios urbanos y más tarde en parques y
paseos públicos.
El árbol siempre ha estado presente en el
desarrollo de la sociedad, acogiendo bajo su sombra las reuniones de los
primitivos Consejos de vecinos. Imagen que se mantiene todavía en numerosos
pueblos en los que “el árbol”, a veces el único que hay en aquellos, preside la
Plaza.
Olmo centanario en la plaza de El Rasillo de Cameros. La Rioja |
La fisonomía de nuestras ciudades sería impensable hoy sin
la existencia de parques, jardines, alamedas, bulevares o simplemente aceras
arboladas que, con su presencia, contribuyen
no sólo a hacer más placentera la escena urbana, también a mejorar la
calidad del aire que respiramos.
Boulevard Saint-Germain. París |
Aunque para ello al árbol se le haya (mal)tratado en muchos
casos, doblegando su naturaleza para conseguir artificiosos resultados según el
gusto de la sociedad urbana de cada momento.
Paseo en el Parque de Santoña. Cantabria (Foto: J. M. León) |
Pero incluso dentro de tan rígidas actitudes siempre queda un
“hueco”, y nunca mejor dicho, para el gesto atento que trata de hacer
compatible el denso y recortado follaje de los ficus con la presencia de las farolas en una plaza
pública de la ciudad de san Miguel de Allende (Méjico).
Plaza de San Miguel Allende. Méjico (Foto: J. M. León) |
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