lunes, 7 de mayo de 2018

Lo fecit________________________________________________


¿En qué momento y de qué forma empezaron los verdaderos artífices de los más importantes edificios -canteros, maestros de obra, arquitectos, etc.-,  pero también de las obras y reformas mucho más humildes, a dejar testimonio de su autoría y fecha de ejecución.

Sin duda en la Antigüedad la figura del rey o del emperador anulaba totalmente las de quienes habían intervenido en su diseño o construcción.

El Panteón . Roma. Detalle del friso (Foto: J.M.L.)
El caso del Panteón de Roma es uno más de una extensa  lista. Aunque en el friso del pórtico de entrada se lee M·AGRIPPA·L·F·COS·TERTIVM·FECIT (Marcus Agrippa, Luciī fīlius, consul tertium, fēcit. 'Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, (lo) hizo'), el edificio que vemos fue construido por Adriano entre los años 118 y 125 d. C., sobre las ruinas del original de Agripa (27 a. C.) y el proyecto se le atribuye al arquitecto Apolodoro de Damasco.

Durante la Edad Media los canteros recurrieron, especialmente en los grandes edificios como los templos e iglesias, a dejar unos signos esquemáticos tallados en la piedra, a lo largo de los territorios bajo influencia de la Iglesia Católica.

Detalle de la Iglesia de El Salvador. Sepúlveda. Segovia (Foto:V. Camarasa)
En la interpretación de su significado se entremezclan la forma de identificación de determinados grupos de canteros, con un carácter muy cerrado en cuanto a la transmisión de sus conocimientos sobre su trabajo, con signos de propiedad que contienen diversos datos sobre la ejecución de la obra encargada.

El desarrollo de esta forma de trabajo artesanal junto con el orgullo por la realización propia propició la extensión de esta práctica, sin tanto enigma, a múltiples aspectos del proceso constructivo. Y así no es de extrañar la presencia, muchas veces semioculta, del nombre de quien hizo vigas de madera, tejas, baldosas, etc.

       Detalle antigua Ermita de Montalbo. La Rioja (Foto: Jauregui Ezquibela, Iñigo. Revista piedra de rayo nº 9. 2003)

Pero ninguna de estas formas de referenciar la realización de un trabajo tiene parangón con la que utilizó el arquitecto Viollet-le-Duc (1814-1879) en la Catedral de Notre Dame de París.

Entre 1844 y 1867 le-Duc proyectó y dirigió las obras de restauración en el citado templo, “re”construyendo totalmente nueva la aguja que había sido destruida en 1792, fiel a sus planteamiento de que no se trataba de hacerla “tal como fue en origen” sino “tal como debía haber sido”. 

Esculturas de los Apóstoles. Aguja de  la Catedral de Notre Dame. París

La nueva aguja se alza sobre el crucero y está rodeada por 12 figuras de bronce que representan a los 12 apóstoles.
¿A todos? Uno, el que correspondería a santo Tomás Apóstol, patrono de los arquitectos según la Iglesia Católica, representa al propio Viollet-le-Duc, que alza la vista hacia la aguja mientras sostiene con su mano derecha una regla con la siguiente inscripción en su cara delantera, "eVgeMman VIoLLet Le DvC arC aedificavit", (Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc edificó este arco –que se traduciría por aguja-), mientras en la posterior se lee "NON:AMPLIVS:DVBITO" (no hay duda).

Detalle de la regla que sostiene en la mano Viollet-le-Duc donde señala su autoría.
De esta forma el arquitecto se representa a sí mismo admirando orgulloso su trabajo, para lo que se coloca, no sólo "a la altura" de los discípulos de Jesús, también en lugar de uno de ellos.

Un "auto-monumento" que no deja dudas de la opinión que tenía sobre sí mismo, pero que no está pensado para recibir el elogio de sus vecinos y sucesores, dada la dificultad para identificarlo si no se conoce la historia, hoy ya divulgada por las guías turísticas. 

Por su altura, su reconocimiento parece que estaba pensado para que fuese más "celestial" que "terrenal".
  

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