La calle Portales de Logroño, uno de los espacios urbanos
más significativos de su Casco Antiguo, está enmarcada por dos curiosas
intervenciones históricas.
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Logroño. Foto: J. M. L. |
Seguramente hacia finales del s. XIX, la potencia y sinceridad constructiva que hacía gala en sus fachadas ya no “se llevaba” y primaba el “buen gusto” de lo perfectamente delineado, por lo que la propiedad encarga el picado de las mismas redibujando con precisión geométrica una nueva fachada de falsos sillares rectangulares, perfilando sus siluetas mediante el rehundido de las líneas de separación. Pero si uno observa con atención el muro podrá percibir cómo debajo de tal dibujo sigue “respirando” el despiece original.
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Logroño. Foto: J. M. L. |
Al final de la calle, el Museo de La Rioja está ubicado en un magnífico caserón barroco, tradicionalmente denominado Casa Palacio del General Espartero. Al fallecer su esposa y él sin descendencia, el edificio es adquirido por el Estado para destinarlo a Palacio Episcopal y Tribunal Eclesiástico.
Ante el desconocimiento de las mismas, “sólo” puede realizar el ornamento exterior de un ridículo (por su tamaño) escudete, compuesto por el sombrero en la parte superior, dos juegos de borlas a los lados y el báculo por detrás del escudito.
Al final el Obispo no se traslada a la capital y el palacio
barroco se queda sin su escudo.
Resulta llamativo, incluso irónico, y seguramente
escandaloso para algunos, cómo los esfuerzos por “mudar de piel”, en el primer edificio y por “adecuar su identidad”, en el segundo, se hayan
integrado sin problemas en la imagen de la ciudad, dotando a ambos edificios de una nueva referencia urbana.